Cedro

sábado, 9 de noviembre de 2013

Así es la vida

El anciano era pobre, pero hasta el Rey lo envidiaba porque
poseía un hermoso caballo blanco.

Le ofrecieron una gran cantidad de dinero por el caballo,
pero el anciano decía:

―Para mí, no es un caballo, es como una persona y menos
aún, podría vender a un amigo.

Un buen día, descubrió que el caballo ya no estaba en el establo, y todo el pueblo se reunió para criticar al anciano:

―Viejo estúpido, sabíamos que algún día te robarían el caballo. Habría sido mejor que lo hubieras vendido. ¡Qué desgracia!

Y dijo el anciano:

―No saquen las cosas de quicio, simplemente el caballo no
está en el establo; todo lo demás, es su propio juicio. ¿Quién sabe si es una desgracia o una suerte, lo que va a suceder mañana?

La gente se burló del anciano, ya que siempre habían sospechado que estaba un poco loco. Pero al cabo de unos días, el caballo regresó y trajo consigo una docena de caballos salvajes.

De nuevo se reunió la gente diciendo:

―Tenías razón viejo. No fue una desgracia sino una verdadera suerte.

―Están yendo demasiado lejos, ―dijo el anciano. ―Digan
que el caballo ha vuelto, ¿quién sabe si es una suerte o no?

En esta ocasión la gente no pudo decir mucho más, pero
por dentro pensaban que el viejo estaba equivocado ya que habían llegado doce caballos.

El anciano tenía un hijo, que comenzó a domar los caballos
y una semana más tarde se cayó de uno de ellos y se rompió
una pierna. La gente volvió a reunirse para juzgarle:

―Una vez más tuviste razón, es una desgracia. Tu hijo ha
perdido la movilidad de su pierna y a tu edad él era tu única
ayuda. Ahora estás más pobre que nunca.

A lo que le respondió el anciano:

―Están siempre juzgando, pero no hace falta ir tan lejos,
sólo digan que mi hijo se ha roto una de las dos piernas y nadie sabe si es una desgracia o una fortuna.

Sucedió que pocas semanas después, el país entró en guerra
y todos los jóvenes eran llevados por la fuerza al ejército.
Sólo se salvó el hijo del anciano porque estaba lisiado. El pueblo entero lloraba desconsolado, ya que era una guerra perdida y presentían que la mayoría de los jóvenes no iban a regresar, por lo que reprocharon al anciano:

―Tenías razón viejo, era una fortuna, tu hijo aunque tullido,
aún sigue contigo, pero los nuestros se han ido para siempre.

Y el anciano volvió a responder:

―Siguen juzgando. Sólo digan que sus hijos han sido obligados a unirse al ejército y que mi hijo no ha sido requerido. Sólo Dios sabe si es una desgracia o una suerte que así suceda.

Moraleja: serás feliz hasta la muerte, si te conformas con tu
suerte.

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