Donaciano, sólo vivía para su fortuna y sus bienes.
Tenía
varias personas trabajando a su cargo, en la casa y en la tienda, la
única del pueblo; su desconfianza le llevaba continuamente a contar
el dinero y la mercadería existente, ya que no se fiaba de nadie.
Un
buen día, Donaciano, se levantó muy temprano porque su avaricia
enfermiza, le decía que sus empleados le engañaban, ya que las
ventas habían descendido por motivo de que algunos compradores iban
al pueblo vecino, que les ofrecían mejores precios y más
facilidades. Escusa que le dio su tendero y no aceptándola,
enfurecido le dijo:
-Ladrón,
me estás robando, ladrón.
Y
el empleado, ante los insultos, abandonó su puesto de trabajo para
nunca volver.
Donaciano,
también desconfiaba de su criada, que como era normal, todos los
días le pedía dinero para hacer la compra y llegó el momento en
que le gritó:
-Ladrona,
me estás robando la comida, ladrona.
Y
la criada dejo la casa, al oír las ofensas.
En
la tienda, tenía la gran ayuda de su hermano, que le quería, pero
sufría la avaricia que experimentaba e intentaba que razonase, cosa
prácticamente imposible para Donaciano; y llegado el día desconfió
también de su hermano, insultándolo:
-Ladrón,
me has robado junto con los otros, ladrón.
A
lo que su hermano, muy triste, abandonó el trabajo.
Sólo,
completamente sólo, se vio el avaro, ya no tenía empleados, ni
familiares que le visitasen y casi, ni clientes, aunque el pensaba
que mejor así, ya que todo el que se le acercaba era sospechoso.
Una
noche mientras dormía, a Donaciano le despertó sorprendido una
presencia en la habitación y le preguntó:
-¿Qué
quieres? ¿Me vas a robar?
Y
la presencia le contestó:
-Si,
vengo a llevarme tu vida.
Y
el avaro Donaciano, feneció.
Moraleja:
la avaricia y la ambición, congelan el corazón.
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