Era un hombre que había sido
ofendido y humillado gravemente, y para vengarse con la mayor
crueldad, fue a consultar con un sabio.
El
sabio lo escuchó atentamente, y ante las intenciones del hombre de
matar a su enemigo, le dijo lo siguiente:
-Has
lo que debas hacer, pero antes, consúltalo durante un buen rato con
el gran roble que te proporcionará lucidez.
Y
así lo hizo el hombre, meditó y más tranquilo, volvió junto al
sabio para decirle:
-Lo
he pensado mejor, creo que no lo mataré, tan solo lo apalearé para
que aprenda.
-Bueno,
has lo que tengas que hacer, -dijo el sabio. -Si bien, antes debes
reflexionar un tiempo bajo el roble.
De
nuevo volvió a pensarlo el hombre, ya más calmado, para luego
comunicar al sabio su decisión:
-Creo
que no lo apalearé, tan solo le diré el daño que ha hecho delante
de todos, para que se avergüence.
-Bien,
has lo que quieras hacer, -afirmó el sabio. -Aunque antes debes
razonar ante el gran roble.
Una
vez más el hombre pensó un rato y con serenidad, regresó ante el
sabio para contarle:
-Pensándolo
detenidamente, creo que no era para tanto, iré a ver mi ofensor y le
perdonaré, porque seguro que él también está arrepentido.
El
sabio le respondió:
-Es
justo lo que pretendía que hicieras desde un principio, ya que es lo
más sensato y razonable; pero tenías que descubrirlo por ti mismo.
Moraleja:
la venganza no es buena, mata el alma y la envenena.
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