Canelo, convivía con su amo con el que había fraguado una amistad de largos y felices años, llegando los dos a tener una avanzada edad.
Desde
mucho tiempo, salían diariamente a dar paseos por el pueblo; Canelo
comprendía por la rutina las exigencias de su amo, cuando lo
llamaba, Canelo iba a ver lo que le ordenaba, con paso pronto pero
sin correr, porque los años le pesaban y ya no era el perro
juguetón, que había sido de cachorro; si su amo cogía la correa,
se ponía contento, ya que sabía que salía a la calle; al decirle:
quieto, se sentaba hasta que de nuevo le dijera: vamos; y cuando lo
llamaba con silbidos cortos, comprendía que era la hora de comer, en
fin, se entendían tan bien que era el perro ideal para su amo.
Un
día no encontrándose bien su amo, se fueron los dos camino del
hospital y en el recinto le dijo su amo:
-Canelo
quédate aquí quieto, que tengo que entrar, quieto.
Y
el perro se quedó allí sentado entendiendo la orden que le había
dado su amo, pasaron los días y el perro seguía esperando, pasó
una semana y el amo falleció, pero Canelo inconsciente de lo que
había ocurrido, siguió esperando, tan solo se ausentaba para beber
agua, ya que los trabajadores y caminantes, sabedores de la historia
del perro le echaban algo de comer, cuando hacía calor buscaba la
sombra y cuando llovía o hacía frío, buscaba resguardo, pero seguía
allí, esperando al amigo que nunca lo abandonaría y transcurrido un
año, Canelo también partió junto a su amo.
Moraleja:
amigo
de fiel empeño, es el perro con su dueño.
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